¿En manos de quién estaban los londineneses en el sangriento otoño de 1888?
Debido a la falta de orden público que reinaba en la ciudad de Londres en 1886, el ministro del interior, sir Henry Matthews, tuvo la "feliz idea" de poner al frente de la policía metropolitana a un hombre autoritario. Lo buscó entre las filas del ejército, e hizo venir desde su puesto de mando en África al general Charles Warren, uno de los más enérgicos militares con que contaba el Imperio Británico.El resultado de tal nombramiento, lejos de dar los frutos que el ministro pretendía, estaba siendo funesto.
La austera formación militar que sir Charles había recibido, imprimió en él una mentalidad dictatorial que, en lugar de granjearle la estima de los verdaderos profesionales, con los que tenía que colaborar, entre los que se encontraba mister James Monro, su adjunto y jefe al mismo tiempo de Scotland Yard, sólo le sirvió para ganarse la falta de aceptación de sus hombres.
Con tales condicionamientos, la descoordinación entre ambos cuerpos policiales era ahora mayor que nunca. Si los miembros de la policía metropolitana no se sentían representados por su jefe, los de Scotland Yard se consideraban más ignorados y ninguneados que nunca. Entre todos cundía el desaliento y la apatía, circunstancia que repercutía en el trabajo policial, provocando una absoluta ineficacia. Tal desaliento estaba empezando a contagiar a los propios ciudadanos, los cuales se encontraban cada día menos seguros, ya no sólo en las calles, sino incluso dentro de sus viviendas.
La situación no eran la más indicada para que, justo ahora, un loco sanguinario se paseara por las oscuras calles de Londres, sembrando el terror entre sus habitantes, y de forma muy particular entre las mujeres más indefensas y despreciadas por todos, las profesionales del sexo.


